domingo, 15 de abril de 2012

Chávez: candidato hasta que el cuerpo aguante. Artículo de Manuel Malaver




Manuel Malaver
noticierodigital.com


Descubro una relación genésica entre la decisión del Comité Central del Partido Comunista de Corea del Norte de nombrar al recién fallecido, King Jong-ill, como “Secretario General eterno del partido”, y el anuncio del Jefe del Comando de Campaña del PSUV, Jorge Rodríguez, de que Chávez “es nuestro candidato presidencial”.

No dijo, es cierto, “nuestro candidato eterno”, pero es como si lo hubiera dicho, pues dadas las precarias condiciones de salud de Chávez, lo menos que se esperaba era que condicionara su postulación con un “si” que todo el país entendería y asumiría.

Olvido que me coloca tras la sospecha de que quizá, advenidos a lo peor, al deceso del presidente, es posible que algunos de sus seguidores se planteen que el teniente coronel sea el primer candidato presidencial postmorten de la historia.

No creo, sin embargo, que tal exabrupto haya rozado la mente ni siquiera de sus más recalcitrantes y fanáticos seguidores, pero como hasta ahora Chávez les ha prohibido hablar, no ya de su muerte, sino de su enfermedad ¿qué tal si un día se encuentran frente al hecho de que ya no está en este mundo y hay que buscarle un sustituto?

Pero ¿cómo si el jefe máximo y conductor supremo, si el líder y comandante-presidente jamás habló, ni permitió hablar de tal cosa, cómo si nunca dijo: “Hey, tú Diosdado, o Nicolás o Adán pueden entrar a relevarme, pues Dios, Nuestro Señor, acaba de acercarse al montículo a pedirme la pelota”, cómo si siempre creyó que era el dueño del equipo, pitcher, cuarto bate y novio de la madrina?

Destaco con esto, claro está, uno de las peores equívocos en que suele caer el mesianismo, el caudillismo y el totalitarismo, aquel, según el cual, los comandantes en jefe no están sujetos a los accidentes de la vida, a las fatalidades del destino que pueden enfermarlos o proporcionarles imprevistos que los saquen de juego, sin preocuparse, en consecuencia, de normar, y mucho menos de desatar los nudos, que garanticen una transición pausada y pacífica de los procesos.

No…más bien pareciera que está en la naturaleza de estos hombres fuertes y violentos, redentores y salvadores de la humanidad, no sólo sembrar el caos mientras viven y gobiernan, sino después de muertos e independientemente de que proyecten un recuerdo leve o intenso de su paso por la historia y el mundo.

Y es que, resulta sencillamente aterrador imaginarse a Diosdado Cabello, Nicolás Maduro, Jorge Rodríguez, Aristóbulo Istúriz, Iris Varela, Freddy Bernal, Henry Rangel Silva, José Vicente Rangel, Jorge García Carneiro, María Cristina Iglesias, Tareck El Aissami, Roy Chaderton y Ana Elisa Osorio sin Chávez, sin el soplo que les insufló vida política, les dio algún sentido a sus vidas, y sin el cual, es posible que también lleguen a sentirse muertos y en los reinos de ultratumba.

O, por lo menos, haciendo parte de una comunidad extraterrenal, pero con una misión en el mundo de los vivos, y que no es otra que guardar, cuidar y preservar el legado del verdadero difunto.

Pero no desde una religión, secta o cofradía, sino desde los mismos poderes del estado, que les suministraría los recursos, tanto para mantener viva la llama del recuerdo del desaparecido, como para ellos aspirar a una suerte de sucesión dinástica.

O sea, que ya estamos frente al abominable culto a la personalidad que se instauró en la Rusia Soviética desde los tempranos tiempos de Lenin, se continuó con Stalin, y trató de decirle al mundo que la revolución comunista, materialista, marxista y atea no había triunfado por el genio de dos políticos, sino por el poder sobrenatural de dos santones.

Con decirles que hasta se estrenó la momificación de los líderes fallecidos, el intento de perennidad de su presencia inerte, fría, inmóvil, pero que, en todo caso, estaba ahí, en una suerte de mausoleo que era como un templo, y quizá exhalando el mensaje simbológico pero contundente de: “!Cuidado con lo que hacen, porque todavía estoy aquí y puedo despertar en cualquier momento!”.

Pero sin duda que lo más significativo en torno a estos eventos, era que los muertos se convertían en instrumentos de los vivos que los sucedían, ya que, presentándose como los “sumos sacerdotes” de un sistema carismático y sobrenatural, eran muy pocos los “demasiado humanos” que se atrevían a desafiarlos.

Experiencia tan eficaz que no tardó en ser imitada en China por Mao y sus generales, por los hijos y nietos de Kim IlSung en Corea del Norte, y ha encontrado alguna expresión, no tan repelente pero si visible, en la forma como “el pueblo cubano” ha terminado idolatrando al siempre en trance de morir expresidente, Fidel Castro.

La gran pregunta es: ¿cómo y cuáles serán las manifestaciones de ese culto a la personalidad, o a los muertos, en Venezuela y qué espera al país ante un nueva religión que ni siquiera estaría matizada por el ateísmo marxista sino reforzada con la carga que el etnocentrismo de todos los géneros aportará en una revolución que se enorgullece de ser cristiana y santera, católica y creyente en los espíritus de la sabana?

No me atrevo a pensarlo, pero ojalá termine prevaleciendo la opinión de los dirigentes sensatos que aún quedan en el chavismo, y no se imponga la tendencia que él mismo Chávez promueve, y de la cual parece máximo exponente, Jorge Rodríguez, “del Chávez presidente y candidato eternos”, momificado, con un templo o mausoleo al lado del que se le construye al Libertador, Simón Bolívar, obligando a quienes se dirigen a rendir justo tributo al Padre Fundador, a echarle, aunque sea una miradita, al también llamado “Centauro de Sabaneta”.

Agravio que no merece el Libertador de cinco naciones, y mucho menos los pueblos que fundó para que fueran libres y escaparan al sojuzgamiento de las supersticiones de todos los géneros.

En este caso, referida a la pretensión de un soldado sin gloria a perpetuarse en la eternidad, a sus seguidores a usarlo para engañar a un país con mitos que no existen, y tratar de prolongar por unos meses, o años, una de las experiencias más trágicas de la historia venezolana de todas edades.

Por tanto, tal reza el Evangelio: “Dejad que los muertos entierren a sus muertos”, dejad que sea la imparcialidad y objetividad de las generaciones que pasan los que fijen en sus justos términos el balance de 13 años de gobierno chavista, y no se le ponga una camisa de fuerza a la historia para que alimente mentiras forjadas por la egolatría de un caudillo muerto y las ambiciones de mando de los vivos que aspiran a sucederlo.

Ya se sabe qué sucede con los “superhéroes momificados”, qué con sus intentos de modificar o maquillar la realidad, de falsear o inventar hechos… todos, absolutamente, desalojados o abominados en sus templos o mausoleos, todos descubiertos y puestos en evidencias como monstruosas mentiras que solo merecen ser abandonados como deshechos biodegradables en los basureros.

Por eso, de suceder lo peor con el comandante-presidente (que no es lo que deseo) no espero sino que se le dé cristiana sepultura, se le despida con los honores civiles y militares que le corresponden, y se le recuerde como lo que siempre fue: un simple mortal.

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